lunes, 11 de junio de 2018

La izquierda sin bandera y sin representación en el muy probable triunfo de López Obrador



Ciudad de México, 11 de junio de 2018.- No hay compromisos con las causas históricas de la izquierda mexicana en el casi seguro triunfo de Andrés Manuel López Obrador y no lo hay, porque la oferta fe AMLO es una mescolanza sin rostro, mas cargada a la derecha y al conservadurismo.

La izquierda no pudo presionar para que Andrés pudiera comprometerse con los derechos de la minoría; con las luchas historias de los trabajadores, de las clases medias y de los indígenas. Ni qué hablar de los derechos sexuales: aborto, matrimonio y adopción homosexual.

En cambio, el candidato se acerca a la derecha, a Televisa que le presta el estadio Azteca, a la iglesia. Habla de perdón y propone  una “Constitución moral”.

¿Cómo ha llegado la izquierda a este punto donde no estamos representados en alguien que impulsamos y defendimos? Es sencillo: porque nunca nos dimos cuenta que AMLO es un proyecto vacío, sin sustancia, sin contenido. No tiene plataforma, su propuesta surge del “refranero popular mexicano”. No nos dimos cuenta.

Este es un análisis impecable de lo hueco y vacío de la candidatura de López Obrador; lo retomamos del portal impacto.mx. Abramos la reflexión y la crítica:

Clave de AMLO para ascender: repetir frases y promesas



López Obrador es una fábrica de frases. “Lo que diga mi dedito”. “Piensa mal y acertarás”. Todas se acomodan a un instante de su vida política y todas se ajustan a su interés, sea coyuntural o de mediano, o largo plazo. Son una especie de bloques de lego que le han permitido construir su proyecto sin necesidad de una estructura sólida.

Andrés Manuel López Obrador es un personaje que, a lo largo de treinta años, ha construido una carrera política con base en frases hechas o refranes populares, retórica pura, expresiones generales cargadas de emotividad, pero sin sustento.

Un político que se encuentra en la antesala de la Presidencia, pero que rehúye a argumentar, del mismo modo en que es alérgico a los tecnicismos y al razonamiento, sustanciales a la política y a la administración pública.


Un actor central en la historia contemporánea del país, que evade la confrontación y el debate tanto como la transparencia, como no sea aquella que exhiba las debilidades de otros, nunca las propias.

Una persona sin preparación académica, que carece de ideas propias y que todo lo resume a dichos de uso común. Que lleva 18 años, por lo menos, recorriendo palmo a palmo el territorio nacional, ofreciendo cosas intangibles, místicas, como la esperanza y la felicidad, o buenos deseos con los que nadie puede estar en desacuerdo, pero sin explicar cómo, de llegar a la Presidencia, va a poder hacerlos realidad.

Un aspirante presidencial que frente a los grandes problemas nacionales ofrece soluciones fáciles, ajenas a la complejidad de los razonamientos técnicos o presupuestales, algunas rayando en lo irracional de tan sencillas, que hablan no sólo de su falta de entendimiento de la realidad sino lo más grave, de su ignorancia.

Así, por ejemplo, para acabar con la violencia, ofrece como estandartes el perdón y la hermandad. Para que México tenga crecimiento económico y desarrollo, plantea políticas del pasado: consumir lo que se produce, pagar subsidios y cerrar fronteras a las importaciones. Para acabar el cáncer de la corrupción, pretende gobernar con el ejemplo para que éste “cunda” y la honestidad sea parte de nuestras vidas.

Para tener una relación de respeto con Estados Unidos, piensa que puede lograrlo -vaya despropósito- “haciendo entrar en razón” a un presidente como Donald Trump.

López Obrador es una fábrica de frases. “Lo que diga mi dedito”. “Piensa mal y acertarás”. Todas se acomodan a un instante de su vida política y todas se ajustan a su interés, sea coyuntural o de mediano, o largo plazo. Son una especie de bloques de lego que le han permitido construir su proyecto sin necesidad de una estructura sólida.

Es también, una persona que recurre permanente a la descalificación ramplona y a la burla del adversario. Su discurso no se explica sin la exhibición de su intolerancia, ya sea el “Cállate chachalaca” o su famosísima “Al diablo con las instituciones”.

Cuando la prensa lo cuestiona, una vez que la desacreditó suficientemente para catapultar su carrera política, le lanza: “Este gallo quiere máiz”. La ocurrencia como arma efectiva para intimidar.

Si algo retrata mejor al candidato de Morena son sus frases. Con ellas, se puede hacer un recorrido por México a partir de 1988.

Han sido tres décadas de superficialidad que han terminado por doblegar a una sociedad harta de políticos que lo razonan todo cuando el problema de México, nos dice el “rayito de esperanza”, es sencillo de resolver.

Según El Evangelio que ha logrado construirse en torno a López Obrador, sólo basta con que él llegue a la Presidencia para que México sea otro. Aunque ese otro México no sea, necesariamente, un México mejor. La feligresía de Andrés ha hecho suyas estas frases en una liturgia que como todo fundamentalismo religioso ahuyenta la razón y abraza el dogma de fe.

Ante ese resbaladizo sendero estamos, la militancia no admite crítica, la creencia no acepta cuestionamiento. O estamos con él (con ellos) o estamos contra ellos. Un país partido y crispado, difícil de gobernar, cada vez más polarizado y más lejos de la esperanza, es decir, del paraíso prometido.